Luis Claramunt

Nota de prensa


Inicio: 11-10-1986 - Fin: 06-11-1986

 

Sevilla, en la obra de Luis Claramunt.

AUNQUE la trayectoria artística de Luis Claramunt (Barcelona, 1951) nunca se ha apartado del anchísimo sendero del expresionismo, quienes han seguido de cerca su andadura observan la constante evolución que su obra registra a cada paso. Evolución lógica, inevitable, cuando, tratándose de un artista tremendamente receptivo, éste es, además, un nómada impenitente. Un pintor que, cargado con sus bártulos, ayer estaba en un sitio; ahora, aquí, y más adelante, cualquiera sabe dónde. Pero en un lugar u otro -esta exposición lo confirma-, dispuesto siempre a captar, sobre todo con la mirada interior -por ello más profunda-, no sólo la dinámica que le muestra cada nuevo entorno, sino a escarbar despiadadamente en los adentros del mismo, hasta arrancarle el secreto que él pretende descubrir bajo la superficie de lo aparente. Así, aunque la intención nunca sea otra, nada puede ser igual en lugares diferentes. De esta manera, insistimos, aunque el lenguaje expresionista -ninguno más válido para traducir sus emociones- defina a toda su obra, ésta siempre ha estado y estará sujeta a cuanto su sensibilidad condicione el entorno -urbano, rural y humano- que encuentre en un sitio u otro.

Luis Claramunt llegó a Sevilla hace ya varios meses y en ella se instaló, siempre provisionalmente, dispuesto a conocerla con detenimiento, para luego, imbuido ya de su espíritu, interpretarla vertiginosamente. Desde entonces -fue el llamado "lunes de resaca", precisamente-, unos trescientos cuadros son los que lleva pintados. De ellos, sólo doce de gran tamaño, acompañados de una más amplia colección de pequeños apuntes -también óleos sobre lienzo-, exhibe en esta muestra, que para el pintor supone el fruto de un enriquecedor reencuentro con la ciudad, donde, después de hacerlo en el Taller de Picasso, de Barcelona, por primera vez expuso su obra fuera de Cataluña. Aquí, hace trece años, en la ya desaparecida galería Fulmen. Mostraba entonces, aunque muy relacionada con la de ahora, una pintura más simbólica y rica en materia, pero mucho menos gestual. Más elaborada, pero menos directa. La "pasta" que entonces cubría sus telas ha desaparecido. En ellas, ahora, las manchas y chorreaduras del óleo, disuelta su solidez, disimulan las pinceladas, pero denotan la realización espontánea, casi urgente por apresurada, que el pintor emplea para expresar sus propios sentimientos. Los que en su sensibilidad despiertan sólo determinados parajes de Sevilla. No precisamente aquellos que por su singularidad y belleza arquitectónica siempre llevaron a sus obras sucesivas generaciones de pintores, sino esos otros generalmente ignorados y en los que, por hallarse durante la noche tan mal alumbrados. "Es una maravilla que, para lo que a mi me interesa, Sevilla esté tan mal iluminada", -dice el pintor-, la figura humana se funde prácticamente con el paisaje, provocando esa sensación de misterio que con tanta fuerza motiva el artista. Son el río, su caudal, sus puentes y sus márgenes; algunos lugares de Triana, la Alameda, la calle San Luis y los alrededores del Arco de la Macarena. Una Sevilla, también sevillanísima; pero que, en las composiciones de gran aliento y una cierta monumentalidad que son las obras de Luis Claramunt, poco o nada tiene de aquélla otra que tanto sorprende a los grupos de turistas que, cámaras fotográficas en ristre, recorren sus calles y plazas, deteniéndose ante los mismos ángulos tan repetidamente retratados por miles de pinceles como pródigamente reproducidos en estampas y postales.

No, este pintor nacido en Barcelona y formado a si mismo, sin tradición por tanto a la que defraudar, busca y se sitúa en otros lugares. Los que despiertan o hieren su sensibilidad. Y con un expresionismo vigoroso, tanto en la valentía y urgencia de los trazos como en la gama de sus tonos, nos muestra el bárbaro candor de un mirar tan aparentemente espontáneo como el gestualismo de su pintura. Una pintura con la que, con dicción plástica contemporánea, renueva la iconografía paisajística de Sevilla.

 

Manuel LORENTE